domingo, 9 de mayo de 2010

Mi aventura de ser docente

…Es que no hay vientos favorables para quien no sabe a donde va

Jean Paul Sartre.

Un nuevo día es una nueva oportunidad de no cometer los mismos errores, de reorientar la ruta y hacer mejor ese quehacer cotidiano. Para esto es trascendente saber qué quiero, por qué estoy parado ahí, precisamente en ese lugar en el que elegí estar. Soy docente por accidente y, después de haber probado esta tarea de privilegio, lo soy por convicción. Soy egresado de la carrera de Psicología de la Universidad de Guadalajara (allá por los años 80’s) y alguna vez alguien me invitó a practicar la docencia a nivel bachillerato y me quedé; además ejerzo mi profesión en lo público y en lo privado.

De entrada quiero enaltecer la tarea de ser docente; considero un privilegio tener ese poder de convocatoria para llamar a una hora y en un lugar determinado a un grupo relevante de alumnos. Y qué decir de la libertad de cátedra… yo elijo la orientación fundamental de la clase considerando siempre las inquietudes y necesidades de los alumnos. Es muy motivante preparar el tema en turno sabiendo de antemano qué quiero y cómo voy a lograr un proceso que nos permita arribar a lo predeterminado. Qué alentador trabajar para lograr la atención de los muchachos y lograr, entre todos, que en cada clase “pase algo”… que lleven inquietudes, dudas y nuevos descubrimientos de sí mismos y de su entorno (sin perder de vista todo el contexto de la asignatura, por supuesto). Qué importante ese momento de búsqueda de información, herramientas y elección de la dinámica que pretendo con el grupo; un buen trabajo previo no garantiza pero si augura una buena clase (entiendo por “buena clase” aquella que se desarrolla en armonía, respeto –y de ser posible con buen sentido del humor- además de lograr productos muy claros).

Ser docente es un reto de todos los días. Tengo años trabajando la misma materia y entiendo perfectamente que la materia se llama igual pero no es la misma porque el momento histórico es otro… yo me he transformado, por supuesto (diría para bien y no tan bien) y mis alumnos no son los mismos de ayer; sus necesidades son otras, sus expectativas y potencialidades también. Debo trabajar mucho para entenderlos y entenderme a mi en torno de ellos… las crisis generacionales existen y mi vitalidad no es la misma.

Alguna vez le leí al maestro Pablo Latapí (recientemente fallecido, por cierto) un texto en donde dice que la educación es de claro-obscuros. Dice: La corrupción existe, la falta de infraestructura y la desviación de recursos también (yo agregaría: y la apatía e intransigencia de algunos alumnos y administradores educativos) pero no hay nada que se compare con ver la transformación de los alumnos, la cara de alegría cuando acceden al conocimiento. Estoy absolutamente de acuerdo con él, enfatizando que no lo veo sólo como ideas románticas o fuera de contexto histórico; digo con plena seguridad que quien no siente la educación no la piensa y, por ende, no puede ser un sujeto autocrítico y facilitador de los cambios en los alumnos.

Pretendo con lo antes dicho haber dejado claro (aunque sea en algo) mi percepción acerca de mi tarea docente.

Con el deseo de leer algún comentario, quedo de ustedes…

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